El pequeño.

Hace unas semanas, fui a Media Naranja de Miraflores y, junto con una amiga, fuimos encantadas por un pequeño que vendía chicles. Hacía todo lo posible por llamar nuestra atención ganándose así algunas monedas, quecos y cariños a través de las lunas del bar.
Ayer en la noche regresé con mi mejor amiga pues no me sentía para nada bien. Entre caipirinhas ahogaba mi depresión y tristeza pesando en las miles de cosas que me hacen sentir miserable. En eso, del medio de un manchón de gringos, apareció él, el pequeño. No me recordaba, sólo quería venderme todo su paquete de chicles. Esta vez, al ver que yo trataba de hacerle acordar aquella vez y quien era yo, se sentó en nuestra mesa. José, 6 años, 2do grado, pamplona, plomo, videos, fierros, mierda, conchesumadre, maldito, papá, cárcel, chicles, calles, sueño, dólares, gringos, foki foki, piscina, plata, pobre, miserable.
Se sentó a narrarnos su vida entera. No podía creer, no sólo el amplio vocabulario callejero del pequeño José, sino también, todas las vivencias y el estilo de vida de mierda que tiene.
Le pregunté si le gustaba salir a la calle a vender. Sus ojos hundidos me respondieron eso y más.
¿Cómo un niño de 6 años que vive sometido por el padrastro, que tiene una madre que lo obliga a trabajar todos los días hasta las 3 de la mañana ("poque a sa hora salen todos pe de la discoteca"), que tiene al verdadero padre en la cárcel por matar al cuñado, que vive en una casa hecha de esteras que no lo cubre del frío, de la lluvia, del sol, de su propia familia; puede aún tener una sonrisa tan tierna? Quizás, eso sea lo único que le queda de inocencia.
¿Y yo? Después de eso, cualquier cosa que me afliga es mínima.
El oído humano selecciona las vibraciones aptas para ser transformadas en sonido y omite algunos ruidos a los que no les prestamos atención . Así funciona. El corazón humano también lo hace.

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