de un viaje y de regreso.

Hasta ahora no logro entender por qué mandé ese mensaje. Quizás fue tan solo un impulso y tal vez ese impulso es la justificación de lo que se enreda en mi mente.
No me dijiste nada cuando nos vimos.
"Holas, holas" Y te perdiste en otra conversación.
No me dolió, pero sí me molestó mucho ser ahora una extraña luego de haberte mostrado fases de mi vida que nadie más conoce y que tal vez no quiera enseñar más a nadie.

No volví a mandarte más señales de vida. Sin embargo, procuraba llamar la atención para hacerte llegar, aunque sea de boca en boca, pedacitos de mi existencia.
Como dice mi madre, poco a poco se llega lejos. Y yo, poco a poco, iba dejándote particulas de vidrioso odio que atravesaran tus poros.

Una vez llegado el verano, sabía que no tendría que cruzarme contigo en clases o en refrigerios.
Eso me aliviaba y me angustiaba a la vez porque me hacía oscilar entre la tranquilidad de no tener más que actuar para que me veas, y la incertidumbre de no saber qué era de ti.

Pasé casi todas las semanas en la casa de playa, lejos, muy lejos de ti y de todo lo que te involucraba. Conocí chicos y chicas nuevos. Gente de mi edad. Volví a experimentar la sensación de tener 17. Volví a ir a discotecas hasta muy de madrugada y aprendí a golpear mi hígado como nunca deberé hacerlo más en mi vida. Mi casa se convirtió en el centro de acopio de todos los chibolos de Punta Hermosa. Ese verano, me sentí popular, me sentí bonita, me sentí inteligente, me sentí deseada. Sentí sin necesidad de que tú me hagas sentir. Después de todo, era mi primer verano como cachimba.
Llegó un momento en el que simplemente dejé de pensar en ti. No recuerdo cuando fue exactamente, pero sé que tú, desde donde estuvieras, lo sabías.

Muchos de los chicos que conocí entraban conmigo a la universidad. Algunos a letras, otros a ciencias... otros ni siquiera sabían a donde iban. Pero ya estabamos adentro.

Mi primer día de clase fue como ningún otro. No entré como la gordita lentejuda y temerosa... era distinto esta vez. Sentía que, a diferencia del colegio, podía ser realmente un motor, un eje en el movimiento de esta facultad. Podía ser alguien sin ayuda. Todo era mio.

Por primera vez, fui a Ripley a comprar ropa. ¿Te imaginas? Yo comprando ropa en Ripley. Mi madre, obviamente, estaba estupefacta y dispuesta a patrocinarme. Al principio fue difícil cambiar mis pantalones carpintero por unos shorts muy pequeños. Pero era un sacrificio que se pedía a gritos.

De un día para otro, yo era bonita. Y no sólo eso, era más bonita que otras chicas, que muchas otras chicas. Esto traía consigo que muchos chicos se fijaran en mi... EN MI. Había chicos buscándome a mi.

Mis notas eran muy mediocres y no destacaba casi en nada. Llegué a pensar que no estaba en el lugar correcto, que no era para esto. Fue ahí cuando empezaste a aparecer en mi mente.
Recordé mucho cuanto me motivaste a esforzarme por lograr lo que quisiera y como te molestabas cuando en tu clase no sacaba la mejor nota de todas.
Había desperdiciado casi un año en vida social y auto inflación de ego. Y lo peor fue descubrir que no te había enterrado por completo.

Ya en el segundo año de arte me desahuevé un poco. Empecé a trabajar como asistente en el taller de uno de mis jefes de práctica. Era la chuli de la chuli. Recortaba papeles, botaba papeles, me mandaban a comprar carboncillos ida y vuelta y mil veces. Me pericoteé un par de stencils, pero nada grave. Igual cualquier cosa era mejor que trabajar en Starbucks como varios de mis compañeros de clase. Lo bueno era tener café gratis cada vez que fuera al óvalo.
Y fue en uno de esos días de gorreos cafeteros... que te vi.

2 comentarios:

Rin8 dijo...

Wow, este me gusta! y a pesar de que Fake plastic trees no era el fondo para este, lo acompañó muy bien =)

Alexa dijo...

Jajajaja.

Esa es la segunda parte. Lee la primera :P

Copyright © 2009 - El poder decir - is proudly powered by Blogger
Smashing Magazine - Design Disease - Blog and Web - Dilectio Blogger Template